El pensamiento del General Juan Domingo Perón sobre la Industria

He leído algunas informaciones y declaraciones de los “próceres” de la revolución que, en lo referente a la industrialización del país han hecho a la prensa extranjera. Ellas me confirman en la idea que tenía: esta gente no sabe nada de nada.

Llegan al gobierno con la misma desaprensión que llegaban todos los días a su cuartel para recibir, casi sin oír, un sin número de novedades intrascendentes.

En 1945, el Consejo Nacional de Postguerra, del que yo era Presidente, después de un largo y juicioso estudio de la industria argentina, llegó a la conclusión de que la postguerra plantearía un grave problema de existencia a la actividad industrial, si el gobierno no tomaba medidas adecuadas para defenderla. Así lo hizo notar también una gran delegación de industriales de todas las ramas, que se apersonó al entonces Presidente Provisional, General Edelmiro J. Farell.

En efecto, durante los cinco años de la Segunda Guerra Mundial, que no llegó al país ninguna manufactura, la industria argentina se desarrolló extraordinariamente para reemplazar la carencia, especialmente de maquinaria de procedencia extranjera. Es indudable que los costos de producción eran mayores y difícilmente, en un mercado abierto, pudieran soportar la concurrencia de la manufactura norteamericana y europea.

Este mismo fenómeno se había presentado ya en 1918, después de la primera guerra mundial. El gobierno de entonces abrió el mercado a la importación y poco tiempo después, los industriales, que habían servido mal o bien al país, se vieron arruinados de la noche a la mañana, con el tremendo impacto que esto presuponía para la economía argentina.

Este fue el origen, que ocasionó un largo estudio de la situación argentina, pues en la economía los problemas no son nunca aislados ni parciales. El consumo, la producción, la industrialización y la distribución sin actividades estrechamente conexas. Fue así que un problema de protección se transformó, a poco de considerarlo, en un problema de industrialización.

La evolución natural de las comunidades nacionales, marca en la historia de las naciones, etapas de superación. De pueblos pastores, pasan a pueblos agricultores para, finalmente, llegar a comunidades industriales. Las etapas no se aceleran pero tampoco pueden detenerse. De modo que si un pueblo debe o no industrializarse no depende de que a un “héroe” de éstos se le ocurra o no hacerlo.

La necesidad de la industrialización surge de las condiciones generales de la evolución y se impone en particular más por necesidades demográficas que por otras consideraciones, además de las necesidades de la economía colectiva.

El caso de nuestro país es de una elocuencia inconstratable. La República Argentina, con una población cercana a los veinte millones de habitantes, ha llegado a un alto grado de su evolución técnica y cultural, como asimismo en su aspecto económico, ha creado el problema de la alta concentración demográfica.

Abstrayéndonos de otras consideraciones en beneficio de la síntesis, podemos afirmar que las tres cuartas partes de su población es ya de carácter urbano y una cuarta parte rural. En otras palabras, que mientras cinco millones de argentinos producen la comida y los márgenes de explotación, quince millones que pueblan las ciudades y los pueblos deben dedicarse a otras actividades.

Considerando que, cinco millones en las ciudades, se dediquen al comercio, a actividades profesionales, etc., nos quedarían unos diez millones de habitantes, de los cuales, por lo menos cinco millones, son adultos útiles para el trabajo industrial.

Si no industrializáramos al país en estas circunstancias, quince millones de habitantes tendrían que vivir a expensas de la producción agropecuaria, mientras cinco millones útiles, por falta de trabajo, tendrían que pulular ociosos en las ciudades y pueblos.

Este problema será cada día más grave con el aumento de la población y la disminución de necesidad de mano de obra que la mecanización del agro trae aparejada.

En cambio, nada más justo ni conveniente, que las masas rurales provean a las ciudades, en tanto las masas urbanas mediante la producción industrial provean al agro. Esto establece un verdadero equilibrio y permite cerrar un ciclo interno de economía tonificada en la complementación, que estimula la producción, la transformación, la distribución y el consumo.

Si estas consideraciones imponen la industrialización argentina, el actual estado de cosas en el intercambio de materias primas por manufacturas, aconseja acelerar el proceso.

En efecto, actualmente se paga por la materia prima que exportamos precios insuficientes, en cambio, se nos cobra precios abultados por la manufactura que recibimos en pago. Esto, sin considerar que no exportamos nuestro trabajo manufacturado y sobre ello importamos el trabajo manufacturero extranjero manteniendo así a los obreros de Nueva York o de Detroit o de Francia, o Italia, mientras privamos de trabajo a nuestros trabajadores.

Finalmente, aun por razones de defensa nacional, la industrialización se impone. En el mundo moderno la industria es el único factor decisivo de fuerza que no puede improvisarse ni reemplazarse. La independencia estratégica es inseparable de la independencia industrial.

Por eso, dan ganas de llorar cuando se leen algunas declaraciones desaprensivas e incoherentes, sobre la preeminencia de la producción sobre la industria, que indican ligereza o incomprensión irresponsable. Nadie discute la importancia de la producción agraria, siempre que no sea en detrimento de la industrialización del país, como aparece en las peregrinas ideas de estos ignorantes.

Es dentro de estas ideas y conceptos que ya en 1945, decidimos colocar en el primer plan quinquenal, todo un programa de industrialización que comprendía:

Primer plan quinquenal: proteger la industria instalada, consolidarla y extenderla lo necesario para completarla.

Segundo plan quinquenal: desarrollo integral hasta la industria pesada y de materia prima en volumen limitado a las posibilidades financieras y técnicas.

Tercer plan quinquenal: expansión industrial hasta las necesidades nacionales y perfeccionamiento integral.

Estos planes se han ido cumpliendo con matemática exactitud con empresas nacionales estatales y privadas y con el concurso de numerosas y prestigiosas firmas extranjeras radicadas con abundante capital financiero y técnico. Mediante esta acción ha evolucionado la industria en forma portentosa. En 1946, cuando tomé el gobierno, no se fabricaban en el país ni los alfileres que consumían nuestras modistas. En 1955 lo dejo fabricando locomotoras, camiones, tractores, automóviles, motocicletas, motonetas, máquinas de coser, escribir y calcular, etc, y construyendo vapores.

En estos días me enteré que estos bárbaros han dejado sin efecto el Segundo Plan Quinquenal. Lo lamento por la secuela de terribles inconvenientes que ello acarrearía a los hombres encargados de la ejecución de toda obra contenida en ese plan, y también por la desocupación de mano de obra que esta paralización acarreará. Sin duda esa desocupación es lo que se quiere producir para “tirar abajo” los salarios.